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Tras veinte años de diálogo, Carlos Gonzálbez y Juan Alegre capturan su sonido inspirados e instruidos en el equilibrio de la música, la matemática y la metafísica. Estas dos sendas dispares han estado siempre conectadas en una inquebrantable unión incluso ante la más dura zozobra. La amistad se revela así de forma honesta y natural, y la voz del maestro y de quien fue alumno se entrelazan en un álbum que pasea por standards y temas de nombres de envergadura sin caer en la obviedad. Un sonido intimista se despliega con carácter atemporal brindando, con respeto, cortesía a la tradición y cuidando el espacio de estas personalidades que interpretan con la libertad de quien ya lo tiene todo ganado y de quien no tiene nada que perder. Las melodías se desenvuelven con la placidez propia del conocimiento abriéndose con fraseos diligentes, sin pretensiones, como celebración de la existencia mutua. Igual que el ritmo de la vida y sus variaciones, desde el germen de Tabarca hacia el comienzo en Perdido, y desde ahí sumando juntos hasta el ahora: dos voces sin dualidad, cuatro manos y dos guitarras que hacen uno.

Marta Ramón